SEIS

La cuadra con sus baldosones endamados le acercaban ciertos juegos de la infancia. Los balcones de enfrente con su guardia de macetas pintando el otoño le recordaron que alguna vez en su niñez soñó un sitio similar.
Oprimió el timbre . Una voz contestó con sonido aséptico, poco familiar. Esperó. Cuando le indicaron, con decisión tomó el picaporte blandiendo todas las fuerzas que le quedaban, ante la próxima partida.
El lugar era curioso, con símbolos ajenos que despertaban inquietudes. Pequeñas figuritas contorsionadas en diversos huecos. Paños tapizando rincones umbrosos apenas agredidos por algún resquicio de luz. Almohadones, sillones, butacas y un camastro tapizado en cuero negro como señalando el destino de cada visitante.
El viaje había sido cargado de angustia y suponía que al avanzar, la pesadumbre sería menor y eso empujaba su continuidad.
Los primeros encuentros fueron de un remover instancias, había que desmenuzar toda la piel y era conciente que no se puede volar tomando el ala ajena, que el único vuelo posible era en su propio plumaje, y a esto estaba dispuesta.
Su borbotón de palabras era seguido con atención, mientras la angustia iba desgajándose en vertiginosos remolinos de ideas entremezcladas. No obstante, creía desplegar un damero de imágenes que la describían.
Como entre la niebla se sucedieron encuentros. Paulatinamente aportaron confianza. Se había instalado un vínculo que no por poco conocido dejaba de ofrecerle seguridad.